viernes, 23 de marzo de 2018

“Los golpes sólo le enseñan a los niños a temerle a sus padres, no a respetarlos”, asegura la ciencia

Padres, recuerden, están educando a la madre o padre de otra persona, y a su esposa o esposo. Las mismas técnicas de disciplina que empleas con tus hijos son las mismas que probablemente continúen. Al final, la familia es un campo de entrenamiento para enseñar a los niños a manejar conflictos.


Por más que se defienda la violencia como método de educación infantil, la acción en sí sólo le enseña a los niños que está bien utilizar los golpes para obtener respeto. Los niños aprenden que cuando tienes un problema, lo resuelves con un buen golpe.

Habrá quien asegure: “No le pego a mi hijo muy seguido o no tan duro. La mayoría de las veces le muestro mucho amor y dulzura. Una nalgada no le molestará”. Esta racionalización es válida para algunos niños, pero otros recuerdan más los golpes que las muestras de afecto. Es posible que tenga una proporción de 100 abrazos contra 1 golpe en su casa, pero corres el riesgo de que tu hijo recuerde y sea más influenciado por un golpe que por los 100 abrazos, especialmente si ese golpe fue dado con enojo o injustamente, lo cual sucede con demasiada frecuencia.

Incluso en los hogares más amorosos, las nalgadas dan un mensaje confuso, especialmente a un niño demasiado pequeño que no logra comprender la razón del golpe. De hecho, un abrazo después del golpe —para intentar aliviar la culpa de un padre— no elimina la violencia. Es probable que el niño sienta el golpe, por dentro y por fuera, mucho después del abrazo.

    

La mayoría de los niños puestos en esta situación se abrazan para pedir misericordia. “Si lo abrazo, papá dejará de pegarme”. Cuando se repiten las nalgadas una y otra vez, se envía un mensaje al niño, de que “es débil e indefenso”.

Maria Montessori, una de las primeras oponentes de abofetear las manos de los niños, creía que las manos de los niños son herramientas para explorar, una extensión de la curiosidad natural del niño. Golpearlos envía un poderoso mensaje negativo. Los psicólogos estudiaron a un grupo de dieciséis niños de catorce meses jugando con sus madres. Cuando un grupo de niños pequeños intentó agarrar un objeto prohibido, recibieron un azote en la mano; el otro grupo de niños pequeños no recibió castigo físico. En los estudios de seguimiento de estos niños siete meses después, se descubrió que los bebés castigados eran menos hábiles para explorar su entorno.

                   
Pero eso no es todo, los golpes también devalúan el papel de un padre. Ser una figura de autoridad significa que eres confiable y respetado, pero no temido. La autoridad duradera no puede basarse en el miedo. Los padres u otras personas que cuidan a los niños que usan azotes en repetidas ocasiones para controlar a los niños, entran en una situación de pérdida y pérdida. El niño no sólo pierde el respeto por el padre, sino que también los padres pierden porque desarrollan una mentalidad de violencia. El padre tiene menos estrategias planificadas y probadas previamente para desviar el comportamiento potencial, por lo que el niño se comporta mal, lo que requiere más azotes. A este niño no se le está enseñando a desarrollar control interno.


Muchas veces hemos escuchado a los padres decir: “Mientras más azotamos, más se porta mal”. Las nalgadas empeoran la conducta de un niño, no la mejoran. Un niño golpeado se siente mal por dentro y ésto se manifiesta en su comportamiento. Cuanto más se porta mal, más le pegan y peor se siente. El ciclo continúa. Queremos que el niño sepa qué hizo mal y que sienta remordimiento, pero que todavía crea que es una persona que tiene valor.

Los niños a menudo perciben el castigo como injusto. Es más probable que se rebelen contra el castigo corporal que contra otras técnicas disciplinarias. Los niños no piensan racionalmente como adultos, pero sí tienen un sentido innato de justicia, aunque sus estándares no son los mismos que los de los adultos. Ésto puede evitar que el castigo funcione como esperabas y puede contribuir a un niño enojado. A menudo, el sentido de injusticia se convierte en una sensación de humillación. Cuando el castigo humilla a los niños, se rebelan o se retiran. Si bien las nalgadas pueden hacer que el niño tenga miedo de repetir el mal comportamiento, es más probable que el niño le tema a la persona que lo lastima.
     

Por último, se ha demostrado que los golpes como técnica disciplinaria son inútiles. Así como lo lees, la violencia no funciona ni para el niño, ni para los padres, y mucho menos para la sociedad, pues no promueve el buen comportamiento, crea distancia entre padres e hijos y contribuye a una sociedad violenta.

Los padres que dependen del castigo como su principal modo de disciplina no crecen en el conocimiento de su hijo. Les impide crear mejores alternativas, lo que les ayudaría a conocer a su hijo y a construir una mejor relación. Es entonces cuando deberíamos analizar seriamente: ¿queremos ser una guía para nuestros hijos, o un verdugo que logra su obediencia a base de golpes?

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